En estas fechas, caminando por el paseo marítimo, con el cielo encapotado (quién lo desencapotará, ...) , recuerdo algunos sueños recurrentes de mi infancia.
Era la época del "Un, dos, tres" en familia, con Kiko Ledgard primero, y Mayra Gómez Kemp después; recuerdo que alguna vez habían regalado buggy buggies con carrocerías de colores metalizados, rojos y azules brillantes, pero yo soñaba con un verde oliva metalizado, satinado como la seda. Soñaba que tenía también una mansión subterránea en medio de un gigantesco zarzal. La casa de mi infancia, una construcción con forma de barco, hecha toda de madera, rodeada por varios árboles gigantes que se erguían en medio del desolado pasaje de zarzas. Tan túpida era la seca vegetación que nadie podía suponer que en el punto central del punzante valle, allá donde cuatro o cinco árboles crecían como una única y gigantesca seta gigante, se hallaba mi morada. Desde la cubierta de mi casa-barco las ramas de los árboles dejaban ver el exterior, los bordes del zarzal estaban tan lejos que era necesario el uso de un catalejo para ver el mundo exterior a mis dominios.
Cuando tenía que ir al mundo humano, entraba en mi garage subterráneo y conducía mi buggy por un pasaje secreto que desembocaba en una carretera de tierra. Un resorte secreto impedía la entrada a mi mansión secreta. El diseño de las zarzas era tan intrincado que ni los animales eran capaces de moverse más de dos metros por ellas.
Muchos sueños discurrieron en esa morada secreta, mi fortaleza o batcueva, a la manera de Superman o Batman.
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